Hay solución para tu problema aunque no tengas esperanza.
¿Alguna vez has estado en una casa sin luz durante
la noche? Aunque tengas los ojos abiertos, no ves nada. Una persona ciega vive esto todo el tiempo.
En la Biblia se cuenta de un ciego de nacimiento que estaba pidiendo limosna
cuando Jesús pasaba por allí. Su mayor
problema no era que no tuviera dinero sino que no podía ver. Sin embargo, ya que no podía resolver su
problema se dedicó a pedir limosna.
Jesús lo vio y tuvo compasión de él. Hizo algo extraño, escupió y con esa saliva
hizo lodo poniéndolo en los ojos del ciego. Luego le dijo que fuera a lavarse a
un estanque de agua. El ciego obedeció, se lavó y fue sanado, podía ver.
Atrapado en un problema crítico.
Tal vez estás en una situación problemática crítica
pero como ha sido así por mucho tiempo, ya no tienes ni esperanza de que se te
resuelva, pero tenemos a Jesús, el poderoso hijo de Dios, que puede resolver
ese problema, solo te pide que seas
obediente, que le busques con corazón sincero, que le presentes tu petición y seas paciente en esperar que Él actúe.
Para solucionar tu dificultad tal vez Jesús obrará en formas que ni te
imaginas, al ciego le untó saliva en los ojos.
De alguna manera verás luz donde antes había sido solo oscuridad.
Debes creer. No hay nada imposible para Dios. Creer
requiere actuar en esa fe. El ciego se
fue a lavar al estanque. Obedeció. La obediencia trae bendición y esa fe mueve a
Dios.
Da honra a Dios por tu milagro.
Todos en esa zona pudieron ver el milagro del
ciego de nacimiento, muchos creyeron en Jesús y le siguieron después de este
milagro. Cuando Jesús solucione tu
problema debes dar la gloria a Él y decirle a otros cómo te ayudó.
Jesús le abrió un futuro nuevo y mejor al ciego,
cuando Jesús abre las puertas hay bendición, hay prosperidad.
Por Mery Bracho
Benditos son
los que confían en el Señor
y han hecho que el Señor sea su esperanza y confianza. Jeremías 17.7
y han hecho que el Señor sea su esperanza y confianza. Jeremías 17.7
Historia de la curación del ciego. Juan 9:1-41